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Manizales, Caldas, Colombia
Poeta, ensayista y periodista cultural. Ha publicado el cuadernillo Palabras en el purgatorio y los libros de poemas Palabras de la Tribu, Los Amigos Arden en las Manos y Noticias del tercer Mundo. Sus poemas hacen parte de antologías en México, Uruguay, Chile, Argentina y Colombia. Ha obtenido los Premios Nacionales de Poesía “Descanse en Paz la Guerra” Casa de Poesía Silva y "VI Premio de Poesía Carlos Héctor Trejos". En la actualidad hace parte de la mesa directiva de la Fundación Literaria Orlando Sierra Hernández y coordina el Área de Literatura de la Secretaría de Cultura de Caldas.

lunes, 11 de abril de 2011

El poeta de este mundo


A René-Duy Cadou (1920-1951)

Poeta de nombre claro como un guijarro en medio de la corriente
reunías palabras que eran pedernales
de donde nace un fuego que no es olvidado.
René-Duy Cadou, amigo del tonelero, el cartero, el aduanero 
   y el contrabandista,
vivías en una aldea de seiscientos habitantes.
Allí eras profesor rural,
el peos del olor del jardín vecino sofocaba la sala de clases
como a la sala de clases donde tu padre había sido maestro.
Te gustaba hablar con la gente con cara parecida a ollas de greda,
caminar descalzo,
ver jugar a las cartas en la taberna.
En las noches a la luz de un fuego de espino
abrías un libro mientras Helena cosía
("Helena como una gota de rocío en tu vaso")
Tenías un poeta preferido para cada estación:
en otoño era Verlaine, la primavera te taraía todas las rosas 
   de Ronsard,
el invierno llegaba con el chirriar del carruaje del Grand 
   Mcaulnes
y la estación violenta
el ruido de espadas entrechocándose en una posada de 
   Alejandro Dumas.
Tú nunca estabas solo,
te iluminaba el recuerdo de tu padre volviendo de caza en el invierno.
Y mientras tus amigos iban al café,
a la Brasserie Lipp o al Deux Magois,
t+u subías a tu cuarto 
y te enfrentabas al Rostro radiante.


En la proa de tu barco 
te asomabas a ver los caminos de tu país de hadas y pantanos,
caminos trazados como las líneas de un cuaderno de copia.
Tus palabras llegaban
como pájaros que saben que siempre hay una ventana abierta
   al fin del mundo.
Y los poemas se encendían como girasoles
nacidos de tú corazón profundo y secreto,
rescatados de la nostalgia,
la única realidad.


Tú sabías que la poesía debe ser usual como el cielo que nos desborda,
que no significa nada si no permite a los hombres acercarse y conocerse
La poesía debe ser una moneda cotidiana
y debe estar sobre todas las mesas
como el canto de la jarra de vino que ilumina lso caminos
   del domingo.
Sabías que las ciudades son accidentes que no prevalecerán
   frente a los árboles,
que la poesía no se pregona en las plazas 
ni se va a vender a los mercados a la moda,
que no se escribe con saliva, con bencina, con muecas,
ni el pobre humor de los que quieren llamar la atención
con bromas de payasos pretenciosos
y que de nada sirven
los grandes discursos tartamudos  de los que no tiene nada que decir.


La poesía 
es
un respirar en paz,
para que los demás respiren.
Un poema es un pan fresco,
un cesto de mimbre.
Un poema
debe ser leído por amigos desconocidos
en trenes que siempre se atrasan,
o bajo los castaños de las plazas aldeanas.


Pocos saben aquí lo que es un poema,
pocos han puesto su cara al viento en medio de un trigal;
pocos saben lo que es un poeta
y como debe morir un poeta.
Tú moriste en un cuarto donde se congregaba toda la primavera
mirando un cesto con manzanas,
"He visto morir a un príncipe"
dijo uno de tus amigos.


Y este Primero de Noviembre
cuando me rodena los muertos que siempre están conmigo
pienso en tu serena y ruda fe
que se puede comprender
como a una pequeña iglesia azul de pueblo
donde hay un párroco que no pide sino conmpatir su pan.
Tú hablabas con tu Dios
como al pobre hijo de un carpintero,
pues sabías que también se crucifica todos los días a un poeta,
(Jesús tenía treinta y tres años,
Jean Arthur también era Cristo
crucificado a los treinta y siete).
Pero a tí no te importaba que te escupieran en la cara 
   o te olvidaran
porque como tú decías, nadie puede impedir a un pájaro que cante
   en la más alta cima,
y el poeta derribado
es sólo un árbol rojo que señala el comienzo del bosque.

JORGE TEILLIER
Chile. 1935-1996. Estudió Pedagogía en Historia y Geografía en la Universidad de Chile. Fue docente en el Liceo de Lautaro y fue director de las revistas Orfeo y Boletín de la U de Chile.Entre los premios que recibió su obra destacamos el concurso de poesía Gabriela Mistral en 1962, el Premio Estímulo CRAV en el 63 y el Premio Eduardo Angarita en 1993), concedido por la Editorial Universitaria al poeta vivo más importante de Chile que no hubiese conseguido el Premio Nacional. Los últimos años de su vida los pasó en Cabildo en el sector denominado El Ingenio. Murió a los 60 años en Viña del Mar. 
Algunos de sus libros son:

  • Para ángeles y gorriones (Ediciones Puelche, 1956; reeditado: 1995)
  • El cielo cae con las hojas (Ediciones Alerce, 1958)
  • El árbol de la memoria (Impreso por Arancibia Hermanos, 1961)
  • Los trenes de la noche y otros poemas (Revista Mapocho, 1961)
  • Poemas del País de Nunca Jamás (Colección El Viento en la Llama, dirigida por Armando Menedín, 1963)
  • Poemas secretos (Ediciones de los Anales de la Universidad de Chile, separata, 1965)
  • Crónica del forastero (Impreso por Arancibia Hermanos, 1968)
  • Muertes y maravillas (Antología, Editorial Universitaria, 1971; reeditado: 2005)
  • Para un pueblo fantasma (Ediciones de la Universidad Católica de Valparaíso,1978; reeditado: 2005)
  • La Isla del Tesoro (con Juan Cristóbal, poeta peruano, Lima: 1982; reeditado: Editorial Dolmen, 1996)
  • Cartas para reinas de otras primaveras (Ediciones Manieristas, 1983)
  • El molino y la higuera (Ediciones Azafrán, 1994)
  • Hotel Nube (póstumo, Ediciones LAR, 1996)
  • En el mudo corazón del bosque (póstumo, Editorial Fondo de Cultura Económica, 1997)

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