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Manizales, Caldas, Colombia
Poeta, ensayista y periodista cultural. Ha publicado el cuadernillo Palabras en el purgatorio y los libros de poemas Palabras de la Tribu, Los Amigos Arden en las Manos y Noticias del tercer Mundo. Sus poemas hacen parte de antologías en México, Uruguay, Chile, Argentina y Colombia. Ha obtenido los Premios Nacionales de Poesía “Descanse en Paz la Guerra” Casa de Poesía Silva y "VI Premio de Poesía Carlos Héctor Trejos". En la actualidad hace parte de la mesa directiva de la Fundación Literaria Orlando Sierra Hernández y coordina el Área de Literatura de la Secretaría de Cultura de Caldas.

martes, 26 de abril de 2011

El poeta del Asombro, Gonzalo Rojas, ha muerto. 1917-2011



Lo vi y lo escuché para mi fortuna, ya entrado en años, en una Feria del Libro de Bogotá, sin querer sonar grandilocuente, estaba el reciento a reventar, sabíamos todos los asistentes, 400, 500, 600 seres humanos a la espera de su voz y su figura, que sería la última vez que visitaría Colombia. Había nacido en 1917 y estaba en Bogotá -pasados sus noventa años- como figura principal de la Feria que tenái a páis invitado de Honor a Chile. A la salida de la lectura me apresuré a comprar uno de sus libros: Del Ocio sagrado, del cual extraje estos poemas para ustedes. Paz en su tumba. 

LOS VERDADEROS POETAS SON DE REPENTE

Sobre un acorde de Chihuahua.
Los niños en el río
dicen el fondo
de la transparencia.


Los verdaderos poetas son de repente:
nacen y desnacen, dicen
misterio y son misterio, son niños
en crecimiento tenaz, entran
y salen intactos del abismo, ríen
con .el descaro de los 15, saltan
desde el tablón del aire al roquerío
aciago del océano sin
miedo al miedo, los hechiza
el peligro.

Aman y fosforecen, apuestan
a ser, únicamente a ser, tienen mil ojos
y otras mil orejas, pero
las guardan en el cráneo musical, olfatean
lo invisible más allá del número, el
vaticinio va con ellos, son
lozanía y arden lozanía.

Al éxtasis
prefieren el sacrificio, dan sus vidas
por otras vidas, van al frente
cantando, a cada uno
de los frentes, al abismo
por ejemplo, al de la intemperie anarca,
al martirio incluso, a las tormentas
del amor, Rimbaud
los enciende:

«Elle est retrouvée
Quoi? L´Eternité »

Pero la Eternidad es esto mismo.

¿QUÉ SE AMA CUANDO SE AMA?


¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida
o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué se halla, qué
es eso: amor? ¿Quién es? ¿La mujer con su hondura, sus rosas, sus volcanes,
o este sol colorado que es mi sangre furiosa
cuando entro en ella hasta las últimas raíces?

¿O todo es un gran juego, Dios mío, y no hay mujer
ni hay hombre sino un solo cuerpo: el tuyo,
repartido en estrellas de hermosura, en partículas fugaces
de eternidad visible?

Me muero en esto, oh Dios, en esta guerra
de ir y venir entre ellas por las calles, de no poder amar
trescientas a la vez, porque estoy condenado siempre a una,
a esa una, a esa única que me diste en el viejo paraíso.




ÉCHENLE AGUA A LOS MUERTOS
Échenle agua a los muertos, a todos
los muertos échenles agua, a todo
entero el muerterío agua fresca échenle,
agua madre
para que salgan
como orquídeas o
como mariposas al otro lado
de las estrellas, más
allá de la maleza
de la irrealidad, a ver
si lo de la resurrección era por último
resurrección o el loco
no era Artaud sino el Mismísimo
al que llaman Dios.


                        —Cállate,


cuerpo, ciérrate
en tu cerrazón, atente
a lo tuyo: lo que más
te será escasez en la asfixia grande
que ya está ahí será el agua
ese viernes sigiloso: el agua,
no el aire sino el agua,
el agua, agua, agua que ya no hablará el arrullo
del origen, ni
te lavará, ni te besará, ni
adentro ni afuera, seca
de sí, vacía
de haber sido, ella
que fue más madre que tu madre cuando la amniosis,
y antes,
todavía antes.

Del pez en fin
ochenta veces nadie que fuiste, quedarán
3 espinas: la
esquiza de pensar, la
sangrienta de amar,
la venenosa de haber nacido.


lunes, 11 de abril de 2011

El poeta de este mundo


A René-Duy Cadou (1920-1951)

Poeta de nombre claro como un guijarro en medio de la corriente
reunías palabras que eran pedernales
de donde nace un fuego que no es olvidado.
René-Duy Cadou, amigo del tonelero, el cartero, el aduanero 
   y el contrabandista,
vivías en una aldea de seiscientos habitantes.
Allí eras profesor rural,
el peos del olor del jardín vecino sofocaba la sala de clases
como a la sala de clases donde tu padre había sido maestro.
Te gustaba hablar con la gente con cara parecida a ollas de greda,
caminar descalzo,
ver jugar a las cartas en la taberna.
En las noches a la luz de un fuego de espino
abrías un libro mientras Helena cosía
("Helena como una gota de rocío en tu vaso")
Tenías un poeta preferido para cada estación:
en otoño era Verlaine, la primavera te taraía todas las rosas 
   de Ronsard,
el invierno llegaba con el chirriar del carruaje del Grand 
   Mcaulnes
y la estación violenta
el ruido de espadas entrechocándose en una posada de 
   Alejandro Dumas.
Tú nunca estabas solo,
te iluminaba el recuerdo de tu padre volviendo de caza en el invierno.
Y mientras tus amigos iban al café,
a la Brasserie Lipp o al Deux Magois,
t+u subías a tu cuarto 
y te enfrentabas al Rostro radiante.


En la proa de tu barco 
te asomabas a ver los caminos de tu país de hadas y pantanos,
caminos trazados como las líneas de un cuaderno de copia.
Tus palabras llegaban
como pájaros que saben que siempre hay una ventana abierta
   al fin del mundo.
Y los poemas se encendían como girasoles
nacidos de tú corazón profundo y secreto,
rescatados de la nostalgia,
la única realidad.


Tú sabías que la poesía debe ser usual como el cielo que nos desborda,
que no significa nada si no permite a los hombres acercarse y conocerse
La poesía debe ser una moneda cotidiana
y debe estar sobre todas las mesas
como el canto de la jarra de vino que ilumina lso caminos
   del domingo.
Sabías que las ciudades son accidentes que no prevalecerán
   frente a los árboles,
que la poesía no se pregona en las plazas 
ni se va a vender a los mercados a la moda,
que no se escribe con saliva, con bencina, con muecas,
ni el pobre humor de los que quieren llamar la atención
con bromas de payasos pretenciosos
y que de nada sirven
los grandes discursos tartamudos  de los que no tiene nada que decir.


La poesía 
es
un respirar en paz,
para que los demás respiren.
Un poema es un pan fresco,
un cesto de mimbre.
Un poema
debe ser leído por amigos desconocidos
en trenes que siempre se atrasan,
o bajo los castaños de las plazas aldeanas.


Pocos saben aquí lo que es un poema,
pocos han puesto su cara al viento en medio de un trigal;
pocos saben lo que es un poeta
y como debe morir un poeta.
Tú moriste en un cuarto donde se congregaba toda la primavera
mirando un cesto con manzanas,
"He visto morir a un príncipe"
dijo uno de tus amigos.


Y este Primero de Noviembre
cuando me rodena los muertos que siempre están conmigo
pienso en tu serena y ruda fe
que se puede comprender
como a una pequeña iglesia azul de pueblo
donde hay un párroco que no pide sino conmpatir su pan.
Tú hablabas con tu Dios
como al pobre hijo de un carpintero,
pues sabías que también se crucifica todos los días a un poeta,
(Jesús tenía treinta y tres años,
Jean Arthur también era Cristo
crucificado a los treinta y siete).
Pero a tí no te importaba que te escupieran en la cara 
   o te olvidaran
porque como tú decías, nadie puede impedir a un pájaro que cante
   en la más alta cima,
y el poeta derribado
es sólo un árbol rojo que señala el comienzo del bosque.

JORGE TEILLIER
Chile. 1935-1996. Estudió Pedagogía en Historia y Geografía en la Universidad de Chile. Fue docente en el Liceo de Lautaro y fue director de las revistas Orfeo y Boletín de la U de Chile.Entre los premios que recibió su obra destacamos el concurso de poesía Gabriela Mistral en 1962, el Premio Estímulo CRAV en el 63 y el Premio Eduardo Angarita en 1993), concedido por la Editorial Universitaria al poeta vivo más importante de Chile que no hubiese conseguido el Premio Nacional. Los últimos años de su vida los pasó en Cabildo en el sector denominado El Ingenio. Murió a los 60 años en Viña del Mar. 
Algunos de sus libros son:

  • Para ángeles y gorriones (Ediciones Puelche, 1956; reeditado: 1995)
  • El cielo cae con las hojas (Ediciones Alerce, 1958)
  • El árbol de la memoria (Impreso por Arancibia Hermanos, 1961)
  • Los trenes de la noche y otros poemas (Revista Mapocho, 1961)
  • Poemas del País de Nunca Jamás (Colección El Viento en la Llama, dirigida por Armando Menedín, 1963)
  • Poemas secretos (Ediciones de los Anales de la Universidad de Chile, separata, 1965)
  • Crónica del forastero (Impreso por Arancibia Hermanos, 1968)
  • Muertes y maravillas (Antología, Editorial Universitaria, 1971; reeditado: 2005)
  • Para un pueblo fantasma (Ediciones de la Universidad Católica de Valparaíso,1978; reeditado: 2005)
  • La Isla del Tesoro (con Juan Cristóbal, poeta peruano, Lima: 1982; reeditado: Editorial Dolmen, 1996)
  • Cartas para reinas de otras primaveras (Ediciones Manieristas, 1983)
  • El molino y la higuera (Ediciones Azafrán, 1994)
  • Hotel Nube (póstumo, Ediciones LAR, 1996)
  • En el mudo corazón del bosque (póstumo, Editorial Fondo de Cultura Económica, 1997)

miércoles, 6 de abril de 2011

Un golpe de dados irrumpirá en el cielo. Tributo al maestro Mario Rivero. Envigado 1935-Bogotá 2009



En esta hora opaca y lluviosa un vacío se instala adentro y oscurece el alma. Ya lo he sentido con los amigos Carlos Héctor Trejos, Orlando Sierra Hernández, Roberto Vélez Correa, Héctor Juan Jaramillo, María Mercedes Carranza y Eugenio Montejo.

Por eso es difícil hablar de los amigos, la ausencia, la oscuridad en que nos sume su abandono involuntario hace más complicado nombrarlos, llamarlos  desde la luz como los amigos que han sido. Y el maestro Mario Rivero me hizo sentir uno de los suyos (quienes están cerca a mi lo saben). Es mucho más difícil hablar de ellos cuando han partido, cuando al final de la jornada no estarán para hacerme sentir sus palabras y sus gestos. Duele ser sincero con uno mismo pero el autoengaño no existe, y termino sabiendo que ellos son los inquilinos perpetuos de mi corazón.

Hoy Mario ha muerto. Una de las voces poética más importantes en nuestra historia ha callado. Ya su aguda visión como director de la revista de poesía mas respetada en Colombia -como lo es Golpe de Dados- no seleccionará autores y poemas para enriquecer nuestras lecturas. Ya su ojo crítico no nos recordará el renacimiento del arte colombiano a través de sus legendarios amigos Alejandro Obregón, Fernando Botero y David Manzur, por citar tres nombres entre muchos. Ya su olfato de sabueso para identificar la autentica poesía, y no dejarse engañar por quienes eligen el fácil camino del humor o de la falsa erudición en sus versos, no nos mantendrá alertas. Se ha ido el poeta, el gran poeta que fue y seguirá siendo a través de sus libros.

Hoy regresa la melancolía y los recuerdos con ella. Hace diez años la ciudad, mi ciudad, esta ciudad amarilla que habito lo esperaba con sus escritores, alumnos, profesores, y poetas (los consagrados, los marginales y quienes estábamos comenzando en el oficio). Se cumplía en Manizales la primera versión del Festival Nacional de Poesía que organizaba el Centro de Escritores paralelamente a los Juegos Florales. Sus directivas harían un homenaje a tres maestros colombianos: Rogelio Echavarría y los hoy ausentes José Manuel Arango y Mario Rivero

Llegó la esperada noche en que no sólo los tendríamos en la ciudad sino que los escucharíamos leer sus inmortales versos. Pero Mario no apareció, alguna dolencia del pasado le jugó una mala broma y no pudo llegar a su cita con nosotros. Habíamos perdido una valiosa oportunidad de conocer y escuchar a uno de los perennes, a una leyenda de la poesía colombiana. 

Sin embargo, Mario Rivero cumplía sus promesas. Al año siguiente estuvo de visita en la ciudad llenándola con sus poemas y su voz y sus historias y su monumental figura. Se realizaba la segunda versión del Festival de Poesía, bajo la dirección de los escritores Flóbert Zapata y Edgar González

Una mañana en una pequeña y antigua oficina en la carrera 23 con calle 21, en el centro histórico de la ciudad, cuartel desde donde organizamos ese exitoso festival número dos, el poeta Flóbert me dijo:

-    Usted a leído a Rivero. 

-    Si Flóbert, sí lo he leído, respondí mientras agregaba: Tengo una edición de su libro  Baladas publicado en Bogotá, creo, por una Fundación alemana (Simón y Lola Guberk).

-    Muy bien Juano, porque usted se va a encargar de atenderlo. Dijo Flóbert.

-    Sentí un frío y dolor agudo en el estómago y palidecí... Qué podría yo hacer al lado de una de las grandes figuras de la poesía colombiana, si yo aprendiz de 22 años, apenas y podía escribir unos buenos versos y de la vida no conocía nada?.

Tuve la oportunidad de recibir y servir de guía al maestro Mario Rivero. Contaba con 22 noviembres encima y no conocía a ningún poeta que no hubiera nacido en este departamento. A esa edad yo apenas había publicado unos poemas de regular factura y tendría que "medírmele" a la tarea de acompañar durante el Festival a una de nuestras figuras literarias más reconocidas en el mundo de habla hispana.

Así fui descubriendo al gran poeta Rivero, al afamado crítico de arte, al cantante de boleros y tangos, al bromista, al crítico ácido, a la leyenda. El maestro era un gran ser humano, excéntrico, de hablar pausado, de paciencia y generosidad con quienes empezábamos y no me fue difícil ser su compañero por las calles y auditorios de la ciudad. Esa misma noche a Mario le dio por entrar a tomarse unos aguardientes al bar Bochica, que esta ubicado justo en el primer piso del edificio donde teníamos la oficina del Festival. en plena carrera 23. Un sector no santo pasadas la nueve de la noche. 

-    Qué buenos tangos suenan, me dijo.

-    Qué tal si nos tomamos un par de tragos antes de ir al hotel? Me preguntó.

Y yo, lleno de tontos prejuicios, le sugerí otros sitios de la ciudad propicios para el tango y el arrabal: Los Faroles o Reminiscencias, en fin, el caso era no dejarlo entrar en un sitio como “ese” según recomendaciones de los directores del Festival.

Nada lo hizo cambiar de idea entró y pidió una cerveza para él y un aguardiente para mí, nunca fui capaz de objetarle el trago de guaro y cambiarlo por mi preferido: el ron.

Esa noche sería inolvidable. No olvidaré el trato que nos dió, la forma en que atendía a nuestra mesera, la manera en que se burlaba de todo, la seriedad al hablar de Dios o de un ser superior o de la verdadera poesía, la tristeza al evocar a sus amigos que ya no estaban. Esa noche de octubre, en esa cantina terminaron acompañándonos grandes poetas como Gustavo Adolfo Garcés, Renata Durán, José Luis Garcés González y muchos otros que habían sido invitados al Festival ese año, todo porque la estrella era él y todos harían lo que sugiriera. 

El licor corrió como corrieron las horas, las altas horas de la madrugada y yo, un iniciado poeta de Manizales, estaba escuchando y aprendiendo de uno de los mejores, gracias a mi buena estrella y al encargo de Flóbert Zapata al permitirme acompañar a Mario durante ese Festival .

Así lo conocí, así nació nuestra amistad. Así descubrí el hombre que era, al fabulador, al tierno ser que atendía por igual a coperas, a prostitutas y a damas de la alta sociedad colombiana, al cantante de tangos y al luchador y al inmenso poeta que había escrito uno de los libros más importantes del siglo XX en Colombia, su libro Poemas Urbanos. Entre tangos, putas, aguardientes y mucha poesía conocí al gran amigo que dejaré de ver.

Después tuvimos el placer de tenerlo tres o cuatro veces más en la ciudad. Ya para entonces Mario aceptaba invitaciones sólo de los amigos e iba únicamente a ciudades y países donde la poesía tuviera poder de convocatoria y donde lo esperaban sus cómplices. Nuestra ciudad fue una de ellas. 

Fue honesto con sus amigos, generoso con los nuevos poetas, atento y coqueto con las mujeres que se le acercaban. Escuchó respetuoso a sus interlocutores y entre su prodigiosa memoria, su demoledor humor negro y sentido crítico respondía una tras otra las preguntas que le hacían.

Mario Rivero ha muerto. Ha partido el mejor poeta colombiano del momento. Nos dejó un hermoso testimonio de vida y de poesía, la misma que encontraba en los estertores de una tarde en el barrio La Candelaria donde residía, o en sus tangos y boleros, o en los ojos de cierta mujer, o en los débiles versos de poetas a punto de perder el equilibrio.

Por favor amigo Mario, convoca pronto a tus compañeros Héctor Rojas Erazo, Fernando Arbeláez, Aurelio Arturo, Jorge Gaitán Durán, reúnete con ellos, los poetas fundacionales del país, e invade la casa del bueno de Dios con el sonido de tus dados, con la alta poesía y con tu fino humor.

Paz para ti y eternidad a tus versos.


* Este mes se cumple otro año del fallecimiento de Mario Rivero, este es mi  tributo personal.


** El texto se publicó en 2009 en los periódicos Papel Salmón y Quehacer Cultural de Manizales.